LA ERA DEL ANTIPRINCIPITO
Aguardando que me llamaran por el número de mi ticket para retirar mi pedido, apoyado en una de las amplias columnas del lugar, me detuve a observar mientras fumaba, a un personaje que me conquistó automáticamente, por que esparcía una gran ternura.
Nunca olvidaré ese descubrimiento, que no era precisamente alguna de las llamativas señoritas y / o señoras concurrentes.
Se trataba de una mujer de unos 60 y tantos años, de piel morena, cabellos negros entrecanos, algo desarreglados.
Su ropa, modesta y desgastada, lucida con dignidad; no era una una andrajosa, sino tan sólo una persona humilde.
Como es típico en quienes andan por las calles o lugares concurridos en busca de reservas para el resto del día, llevaba en el brazo, como una cartera de lujo, unas amplias bolsas, como si hubiera salido de los negocios más destacados del lugar, con una prenda fashion recién comprada, o una cámara digital.
Pero no, ella acumulaba comida y otros enseres que recogía del lugar.
Comencé a observar su rutina, que me pareció típica de alguien que vive bajo esas circunstancias.
Entonces me di cuenta que no eran hábitos, era una conducta sumamente inteligente, enternecedora, que llevaba a cabo mientras hablaba sola.
Se mimetizaba con las chicas que se llevan los restos que quedan en las mesas desocupadas, y arreglaba el orden de las mismas con sumo esmero; la limpieza la hacía con servilletas, pero en vez de llevar para el pote de basura los residuos, hacía una selección, donde no faltaba el vaso de gaseosa juntada de varios, y organizaba casi inocentemente, donde encontraba un lugar despejado, un acomodamiento como uno más de los clientes del sector.
De pronto se sentó, con una luz de placer que iluminó su rostro, ante el nuevo botín obtenido.
Dos veces dijeron desde el mostrador : ¡ 545 ! , me llamaban a mí.
Me senté a cierta distancia de esa mujer, pues no podía dejar de observarla, decididamente robaba mi admiración por la forma de sobrellevar ese instinto de supervivencia.
De pronto, noté que hubo un alboroto a su alrededor, pues una de las camareras le advirtió que no podía permanece allí.
Se levantó entonces con un ímpetu inusitado, con gestos de disgusto, derramando bebida mientras se trasladaba ella con todos sus “bienes”, y diciendo cosas ininteligibles, vociferando con gestos ampulosos, se fue a instalar a otra mesa.
Por suerte aún estaba con posibilidades de observarla bien, y ya no pude continuar con mi comida, ante la imagen que surgió ante mis ojos.
Y es que pasé a sentirme un espectador privilegiado, desde la butaca de un teatro (en realidad estaba en el Teatro de la Vida) observando una escena de alguna obra costumbrista.
Pero lo que más me conmovió, lo que produjo que el resto de la nutrida concurrencia desapareciera de mi foco visual, fue el sentirme como un invitado más, en la reunión familiar que esa mujer estaba llevando a cabo súbitamente, desde donde se había instalado, y era a ella a la única persona que veía en el centro del escenario bajo la luz cenital.
Y nació la verdadera magia de ese encuentro, mis ojos y el resto de mis sentidos no podían acreditar lo que estaban presenciando.
Ella se sentía como rodeada de gente en su mesa, y les hablaba con aires de importancia, pero cariñosamente, parecía que eran varios los comensales.
Se reía, y decía frases que no podía escuchar, lamentablemente, pasando de la risa al gesto adusto, ora a la mirada cariñosa a quien estaba observando y a quien luego se dirigiría para decirle algo.
Es que estaba viviendo todo de verdad, a través de SU realidad.
Y me preguntaba: sería una navidad; tal vez un cumpleaños lo que estaba festejando con su familia, o a lo mejor se trataba de la inauguración de la casa nueva que algún día tuvo antes que la desalojaran ?.
No cesaba de hablar y gesticular, era indudablemente un gran día para ella, a juzgar por la felicidad que iluminaba su rostro.
Y también sentí yo una gran felicidad, pues no era para mí la imagen de la pobre loca suelta, como el resto de la gente la observaba durante el escándalo previo.
Era la de un ser humano muy cálido, a quien su ayer le quedó suspendido en algún rincón entrañable de su memoria.
Este tiempo real, tan sólo consistía en una rutina para sobrevivir, un acto reflejo evitando que nadie la lastimara, un dejo de tristeza subconciente ante cada ofensa que recibía, que acumulaba, como si ella no fuera un ser humano más.
¿ Dónde estarán con sus jóvenes y costosas secretarias, los funcionarios, o los legisladores, sea cual fuere el país, que estaban obligados a preocuparse para que desaparezcan estas miserias que les toca vivir a tantas personas aquí y en miles de lugares en el mundo?
Tampoco pude observar la mirada piadosa, de quienes la rodeaban físicamente allí, la "gente" de verdad.
Entonces me percaté, espantado, que ya hemos comenzado a vivir la era del ANTIPRINCIPITO, pues ahora sí, más que nunca, ante estas lamentables circunstancias, lo esencial NO debería ser invisible a los ojos; de nadie.
FERNANDO, EL NAVEGANTE DE MARES, RIOS Y SUEÑOS. . .