LA LEY DE LA VIDA
Hasta la próxima semana, no podré visitar los blogs de los amigos que me honran con su compañía, y lo menciono, para no defraudar a nadie en su buena fe.
Con los 30 grados de temperatura que soportamos en Buenos Aires, casi no pude abrir el Windows por más de 5 minutos durante una semana. Urgente se impone una reparación de mi PC que hace rato debí haber hecho.
Recién hoy logré editar los comentarios pendientes y publicar este relato, pero no quisiera que nadie vaya a sentirse olvidado por mí, y seguir comentando, sin saber exactamente cuándo podré retribuir tantas atenciones.
Les pido disculpas a todos los que aún les debo mi visita anterior al presente, son muchos, están perfectamente registrados, y la he de cumplir, sin lugar a dudas ni bien pueda; no se imaginan cuánto me molesta este desaire involuntario.
Gracias, y les pido mil disculpas.
- Es la ley de la vida, le dijo un vecino palmeándolo en el hombro, y apenas llegó a dibujar una sonrisa al escucharlo.
Había que verlo a ese viejito, parecía una foto viviente posdatada, de cuándo vaya uno a saber, tomó su primera comunión.
Pero ya no tenía el moño en la manga, ni el nácar del libro de oraciones o el rosario entre sus manos, que ahora se estaban quedando vacías.
Tal vez exageró con el fijador en sus cabellos, le quedaba demasiado achatado el peinado y hasta se le borró la raya al costado que supo lucir impecable, una perfecta línea recta, tanto como lo fuera su vida.
Trajecito negro, camisa blanca, zapatos bien lustrados tratando de disimular algunas requebrajaduras, y una corbata delgadiiita.
Tenía todo muy bien guardado desde su propia fiesta de casamiento.
Alguien lo acomodó en un rinconcito del atrio de la iglesia del barrio, mientras todo a su alrededor, transcurría como en un película, pero muda y en blanco y negro.
Los que iban llegando atrasados, le decían cosas que no escuchaba, sólo tenía una obsesión en su mente: esa modesta casita donde vivió con su familia, que ahora la vislumbraba tan inmensa, por que se casaba su única hija, levantando vuelo para ir a habitar su propio nido.
La ley de la vida.
Recordó esa frase esbozando una mueca irónica, que no llegó a la categoría de sonrisa esta vez.
De pronto, un suntuoso coche color negro, brillante como sus zapatos, estacionaba frente a la puerta de entrada.
Los flashes de las cámaras, no le permitieron disfrutar ese instante tan especial en la vida de un hombre, cuando una hija se acerca a tomar su brazo, blanca como una rosa blanca, como un pompón de algodón, como la nívea imagen de un lago invernal, para que él la acompañara hasta el altar y haciendo entrega de su más preciado tesoro (en su caso, el único que aún conservaba cerca) a quien a partir de ese momento sería su nuevo gran amor.
Ambos temblaban de emoción, mientras lentamente recorrían el trayecto sobre la alfombra roja del templo hacia el altar, y ella percibió una energía que se iba diluyendo en el brazo de su padre, pero el destino ya estaba señalado; sólo atinó mientras saludaba, a apretarlo con más fuerza.
¡¡ Vivan los novios !! gritaba alborozada la concurrencia, mientras una nube de arroz lo cubría todo, terminada ya la ceremonia.
El sin embargo padeció otro tipo de nube, pues sus ojos no podían advertir lo que ocurría a su alrededor.
La fiesta se desarrollaba muy linda, a pesar de la modestia del club.
Don José, había perdido ya la cuenta de los abrazos y palabras de aliento que iba recibiendo.
De pronto un sutil y simple detalle lo hizo estremecer, y se sintió como un rey, a punto de honrar a su princesa.
Es que se comenzó a escuchar desde el viejo tocadiscos, el clásico vals de los novios, y todos lo guiaron para que sea merecidamente, el primero en bailarlo con su hija, mientras iban formando un círculo alrededor de ambos.
Su figura se enalteció, tanto, que por ese emblemático traje negro, y los pasos elegantes lucidos a cada compás, parecían ellos los novios.
Tal vez no debió haber hecho tantos giros inclinando su cabeza con exagerada elegancia de aquí para allá, pero es que su mente se transportaba a otros instantes de su vida, cuando aún no existía su hija, y él fue el protagonista verdadero de la fiesta.
Y con tantas cadencias y vítores y palmadas, su emoción fue más fuerte que su porte, y se comenzó a desplomar, exhausto, lentamente, mientras se iba aferrando a la blanca falda del vestido de novia.
Luego que lo trasladaran a su casa desde la guardia del hospital, ni bien llegó se sintió profundamente mortificado por haber empañado esa velada tan especial.
Y recién al tercer día, decidió quitarse la ropa de la fiesta; no lo hizo antes, ansiando que no terminara nunca, ya que ese vacuo e inmenso entorno; tal cual como lo imaginó, lo rodeaba como si habitara en una caverna, oscura , sin ecos.
Como un acto de rebeldía, se vistió de la forma más modesta que pudo, en oposición con ese aspecto distinguido, al que no estaba acostumbrado.
Iba y venía de un lado al otro, como buscando a los que ya no estaban.
Luego de transcurrido un breve tiempo, y antes de cometer una locura, decidió largarse a volar, en procura de algún sitio donde se sintiera mejor.
Saltaba de un colectivo a otro; de una línea de subway a la siguiente; e hizo además lo que nunca en su vida, recorrió las estaciones suburbanas de todas las líneas de ferrocarril, hasta que al fin, ya cansado de tanto volar, se armó un nido con ramas y hojas, como lo haría un gorrión.
E imaginando que era aquél salón de fiestas la pequeña plaza donde habitaba, de vez en cuando bailaba el vals de los novios en el arenero, casi feliz, pero repitiendo cada tanto, a media voz: - es la ley de la vida, carajo !!
FERNANDO, EL NAVEGANTE DE MARES, RIOS Y SUEÑOS. . .