Sobre aquello imperceptible que descubra, me movilice y emocione, dejare testimonios en este libro de a bordo; lo elaboré con la transparencia del cristal, para que pueda ser compartido, y procurar asi el nacimiento del ansiado dialogo....

jueves, enero 25, 2007

LA ULTIMA BATALLA


Vistió con toga de seda arábiga ( trofeo de algún botín de guerra) su torso, bajo la coraza de cuero, trabajada como por un orfebre, con incrustaciones metálicas, para preservarlo de arteras estocadas que pudiesen abordarlo desprevenidamente.
Calzó sus botas diseñadas igual que su coraza; y enfundó en la parte lateral de sus piernas dos prominentes dagas de distintos filos y formatos, adiestradas con la agilidad de un felino, a la hora de tener que hundirlas en un enemigo,
Finalmente, luego de blandir su espada para verificar que el aire también podría ser trasvasado por ella, la acunó en su pesado cinto, y acomodándose su casco imponente (de oro puro exageraba la chusma) se dispuso a partir junto a otros valientes soldados, para enfrentar una nueva epopeya.
Se despidió cariñosamente de los dos valores más grandes que tenía, muy por encima del propio Rey.
Marchó así una vez más, a enfrentar a enemigos despiadados, tratando de conquistar riquezas, para el regocijo de su familia, quien en definitiva era su único valuarte.
Nadie, más que su mujer y su hija, solían enorgullecerse tanto de sus victorias, nadie.
Pero tampoco nadie supo acompañarlo, cuidando sus flancos o su retaguardia, en feroces combates que le tocó librar pretendiendo salir victorioso a poco de comenzar su marcha.
Nadie supo decirle tampoco, el tiempo que iba trascurriendo desde su partida, y los obstáculos en su sendero, se iban multiplicando.

Existió no obstante una época, en que era el soldado más admirado, inteligente y audaz, dotado de las mejores aptitudes en el campo de batalla, y aún soliendo ofrecer pactos dignos a sus enemigos, cuando se rendían a sus pies.
Pero ahora, a medida que el tiempo avanzaba vertiginosamente, sus artes de la guerra no lograba lucirlos como él esperaba.
Ya no tenía tampoco un hábil general, que lo guiara con estrategias acertadas.
Y sintió entonces los efectos de la envidia, que lenta pero implacablemente, fueron carcomiendo los cimientos de toda su vida de triunfador, por los cobardes que no lograban tolerar su virtuosismo.
Las sombras de un gran guerrero, quedaban sembradas a su paso, como frías y oscuras antípodas del ayer, tal como lo recordaba en su alma.

Se dirigió entonces a la montaña más elevada deL territorio.
Trató de percibir desde allí, tan distante - en vano, desde luego - alguna señal que le indicara que al menos sus dos grandes amores, continuaban aguardándolo como lo hacían en sus épocas de esplendor.
Y descendió feroz, al no recibir ningún eco entrañablemente esperado, para enfrentar la última batalla, de la campaña que obstinadamente había emprendido.
Hasta que fatalmente tuvo que emprender la retirada del campo de honor y muerte, llevando como único premio esta vez, heridas profundas, que no cicatrizarían nunca, sobre todo las de la asunción de su fracaso.

Trató de recomponer como pudo, su ya irrecomponible figura.
Y luego de mucho andar, con el remordimiento que suele martirizar a los dignos que han debido conocer la humillación, arribó a su hogar, cansado, pero orgulloso de haber hecho lo imposible por reiterar sus gloriosos retornos de otros tiempos.

Alguien le confió mucho tiempo después, que hubo un hechizo en su ausencia, organizado por su detractores, esos que envidiaban su prestancia y maestría, y ya nada volvió a ser igual, según cuenta la chusma, tampoco en su propio hogar.
Sólo así pudo explicarse por qué las miradas se dirigieron ese día, tan sólo a sus manos, llagadas de tanto luchar hasta con ellas tan sólo, luego de perder hasta sus dagas.
Y al no observar esta vez, ningún símbolo ostentoso de riqueza material alguna, inexplicablemente su adorada mujer, la luz de sus ojos, con su hija aferrada atrás suyo a la cintura, casi hipnotizada, le indicó el camino de la salida de su propia casa, impetrándole duramente algo que él nunca imaginó, podría surgir de esos amados labios.
- A mi lado yo necesito tan sólo a un triunfador - le arrojó a su rostro - y a ti ya se te han vencido todos los tiempos. Ya veo que nunca más serás el mismo, ni yo la que alguna vez conociste.

De todas las heridas que fue cosechando en su legendaria historia, hubo una nueva, que no lo abandonaría jamás, era la profunda huella en una de sus mejillas, de la lágrima, que curiosamente, nunca dejó de aflorar, desde aquél día de su mayor desolación, en la que fue auténticamente, su última batalla perdida.



FERNANDO, EL NAVEGANTE DE MARES, RIOS Y SUEÑOS. . .

domingo, enero 14, 2007

LOS OCHO PECADOS CAPITALES

SOBERBIA:

Sólo yo puedo sentir el legítimo orgullo que me invade, por la íntima satisfacción que siento, devorándome su ser en cada beso; dejándola sin aliento en cada abrazo, hasta me cuesta creer que no es un sueño su cautivante realidad; y he ostentado, sí, altaneramente, ensoberbecido ante su belleza subyugada, el haber alcanzado un triunfo magnánimo, y en tal condición me siento. Me siento una especie de general romano, recorriendo orgullosamente los territorios conquistados, mientras la plebe murmura, admirándolo a su paso triunfal..

AVARICIA:

Ni una sonrisa de sus deliciosos labios, ni una mirada de sus ojos verde esmeralda; ni un paso de más, a no ser para trasladarse a nuestro lecho de ensueños; no pronunciará tampoco palabra alguna, a no ser para dejarme saber, susurrando apenas, cuánto tiempo falta para que debamos ensamblar las manos una vez más, y recibir la tibia corriente de nuestros mares interiores, que se esmeran en invadirnos en cada ola provocada, sólo para nosotros.

No pienso dejar nada para deleitar los sentidos de viles profanos, ni los tonos fluorescentes de su sombra, y menos aún el aliento que exhala.


LUJURIA:

Acaricio descalzo sus mesetas de terciopelo, para poder sentir cada vez que parto desde allí, el alborozo del viaje hacia un placer sublime.

Elijo entonces al azar cualquiera de sus exultantes hemisferios..

Arribamos así, a una sincronía armónica en sensuales contorsiones, uno dentro del otro; recorriendo cada huella del gemido, procurando siempre que ese tránsito no sea nada más que la invitación a comenzar todo de nuevo, una y otra vez.

Con mi lascivia compartida, no han de culminar nunca los ardientes viajes hacia nuestros territorios más recónditos y atrevidos.


IRA:

Que nadie ose ofenderla con elogios; o deleitarse a través de la sola contemplación de sus encantos; que se tapen los oídos cuando habla, pues hay sinfonías y arias que sólo nacieron para el deleite de oídos sensibles, como quien estaba viviendo dentro de su ser, en natural amalgama, al hacer ella lo propio con el mío.

Ríos de sangre correrán para los audaces y pérfidos aduladores; espadas candentes en los ojos de quienes denodadamente pretendan regocijarse con su imagen.

La protegeré con toda la furia que emerge desde mi alma, a mi ninfa de las flores, sin remordimientos por los hayes de quienes osaren invadir el etéreo espacio que ocupa.


GUL
A:

Celebro alborozado, íntimos festejos con selectos amigos, por ser el amo de ese universo irreverente y majestuoso. Luego de exquisitos platos elaborados especialmente para despertar aún más el apetito, llega el turno de carnes rojas y blancas, ciervos y faisanes, cochinillos y pavita, rociado todo, desde ya, con litros de generosos y añejos vinos.

Es tal la abundancia, que no dudamos en provocarnos vómitos, para vaciar nuestros estómagos y seguir deleitándonos con esos pantagruélicos banquetes.

A la hora de los postres, verdaderos manjares recubiertos de cremas y frutas frescas, confabulan para provocar el brindis por un nuevo inicio.


ENVIDIA:

Cintas rojas a su paso, como una telaraña constante, como un telón entrelazado que la rodee perennemente, pues sé que desde que existe, no hay una sola fémina en el mundo que no deseara emular - en vano desde luego - sus misteriosos y encantadores destellos que irradia con su sola presencia.
Rechazará entonces con una coraza de cristal ornamentada con esas cintas, todo atisbo de pérfidos pensamientos de quienes ni en sus sueños más ambiciosos, podrían llegar siquiera a esbozar una sonrisa, como la que despliega ella para que sepa el mundo que es feliz, abarcándolo todo tan sólo entreabriendo sus labios.
.

PEREZA:

Y ya no ambiciono nada más en esta vida, tan sólo reposar, disfrutando el poder soñar con esa companía, que de existir, sería para mí lo que representa un sorbo de agua fresca para el náufrago sediento.

No deseo despilfarrar otra energía, que no sea tan sólo para imaginarla, para rodear su cintura si camináramos sobre la alfombra roja que iría desplegándose ante cada uno de sus

pasos; no pienso moverme de donde da gusto observar el misterio del tiempo, sin hacer nada más que entregarme a esa burbuja en estado de suspensión emotiva, atrapando la inmensidad de cada segundo que transcurre, amándola siempre, más allá de su ausencia que me produce el agobio, de saberme un agnóstico solitario.


El Octavo Pecado Capital, en verdad está muy arraigado en mí mismo, tal vez en ella, o puede que en cualquiera de sus adoradores, y lo denomino :


NOSTALGIA.

Pobres quienes sucumbimos ante él sin remordimientos, como único sosiego ante la hoguera que nunca arde, el tren que nunca pasa, o el sol que se ocultó.
Seguramente, no llegaremos al paraíso, somos asesinos incorregibles, por provocar con esa actitud del viaje hacia el pasado irrepetible, la muerte de nuestros propios corazones.



FERNANDO, EL NAVEGANTE DE MARES, RIOS Y SUEÑOS. . .

lunes, enero 01, 2007

RENACERES

Nació una flor bajo el borde de una roca, esbelta, tan orgullosa,
que a pesar de sí misma, la piedra, no la pudo ocultar.
Surgió el ave majestuosa, desde su nido, construido debajo del mar,
sus alas ornamentadas con algas, no le impidieron echarse a volar.
Interrumpió un payaso la batalla, transformó en globos cada fusil,
sorprendiéronse los enemigos, cómo sin matar, lo fácil que era reír.
Emergieron entre versos olvidados, poetas errantes que ya no callarán,
nos escuchamos y pertenecemos, sentimos todo desde un mismo lugar.
Y un día esa irrupción sorprendente, bañando mi vida con tu manantial,
donde acudían mis labios sedientos, los sueños, nuestro arribar.
Y renazco entre las brumas, sólo por reencontrarte; lo más hermoso
siempre lo extravío, destino de navegante, abrazar la soledad;
dónde habrás encendido tu faro, guíame hacia esa costa perdida,
pues aún bajo la arena, bebiéndome tu tibieza, te amaría una vez más.

FERNANDO, EL NAVEGANTE DE MARES, RIOS Y SUEÑOS . . .