Recorrí lentamente los suburbios de mis remembranzas,
precisaba afanosamente aferrarme a algo,
el vacío interior era mayúsculo, como para no intentarlo,
pero tantas veces deambulé por las calles con destino incierto,
y así, perdido, sin conocer el rumbo, a veces dormía en un parque.
Como esa noche, que me sorprendió con mis bártulos a cuesta, no me faltaba nada, solamente ella, su imagen, y así, ansiándola,
soñándola,buscándola afanosamente por todos los recovecos
de mi gastada imaginación, finalmente me dormí, abrazado a mi paleta.
Pero al despertar, o en un sueño insigne, algo ocurrió,
todo brillaba, era como si un circo se hubiese instalado, allí,
y yo formase parte de la troupe, cuánta algarabía,y un payaso,
muy gracioso, tomándome de un brazo, me acercó hasta ella
y me dijo: - Maestro, ahí la tiene, lo esperaba,píntela linda,
es la hija del equilibrista que un día no usó la red, y nunca más sonrió.
Mis ojos no acreditaban lo que se me presentó delante de mi vida,
más que de mi vista, es como si el destino, el sueño profundo,
el payaso gracioso, me deleitaran con la misma imagen,
de la misma persona, con la misma belleza, que tanto ansiaba hallar,
algún día cualquiera, antes de partir sin tener a quién decirle: Adiós.
Era una belleza sublime, pero el dolor la acarició alguna vez,
no hacía mucho, pero sus ojos emanaban paz y armonía,
su boca invitaba a hablarle de Amor, el más profundo, y cuando quise acordar,
plasmé esa joya en la tela, como un recuerdo, al fin, imborrable, para siempre.
Curiosamente el cuidador del parque me despertó con su rastrillo,
tenía mi tela en sus manos, se la arrebaté súbitamente,
allí estaba ella plasmada, pero dónde habría ido, y el circo, y el payaso,
y mis sueños de trotamundos en busca de la felicidad, se me escaparon ?
La perdí para siempre – pensé - pero vagando con su rostro bajo mi brazo,
por cada parque , en cada plaza, o subida a una calesita, siempre la veo,
se asoma para saludarme, sin palabras, mirándome tan sólo, hablándome
con esa mirada infinita, dueña de sus secretos, de su mundo,
y de mí.
FERNANDO, EL NAVEGANTE DE MARES, RIOS Y SUEÑOS. . .
