EL AMOR EN DIAS DE LLUVIA
El subte, luego el tren, ¿cuánto demoraría hoy hasta llegar a la oficina?.
Su jefe fue lacónico - con la próxima llegada fuera de hora, se puede ir buscando otro trabajo, ¿estamos?
Claudicó a las trasnochadas con los amigos o encuentros prolongados con su novia, a la cual no sabía cómo decirle adiós.
Ese martes estaba lluvioso; durante su apresurado trayecto ahora habitual, un semáforo peatonal lo detuvo, levantó involuntariamente la vista, y la descubrió.
Era la primera vez, aún con la visión disminuida por la lluvia, que veía una mujer tan hermosa, contemplando como melancólica la calle, desde esa ventana de un segundo piso.
Alguien lo empujó, volviendo a tropezar luego con otros peatones, por caminar mirando hacia atrás.
En el trabajo, su mente no podía apartarse de esa visión.
Salió velozmente al término de la jornada, despreocupándose de la desprolijidad de su escritorio.
Se paró justo frente al edificio, pero una cortina cubría aquélla ventana, sólo se observaba la luz interior.
Le costó dormir esa noche, invadido por la angustia y el deslumbramiento que le produjo esa joven e inolvidable mujer.
A la mañana siguiente pasó por el mismo sitio, quince minutos antes.
Allí la vio, nuevamente, ahora algo mejor.
No podía gesticular nada hacia ella, tenía su vista orientada hacia otro ángulo de donde él se encontraba, y descubrió sus largos cabellos rubios.
Pero por las tardes, aparecía sólo la cortina iluminada.
¿Cuánto tiempo una persona obsesionada hasta en sus sueños, puede no intentar al menos un acercamiento?
Eso se planteaba, cuando descubrió un imprevisto; una tarde una señora mayor, tomándola de sus hombros, se encaminó junto a ella hacia adentro, lejos de la ventana.
- ¿ Quién sería ?, se preguntaba.
Al otro día, decidido, fue implorante a interrogar al portero.
- Muchacho, no te voy a contar nada de ningún vecino, ni de ninguna rubia- le contestó secamente, pero vaciló.
- Bueno, la señora se llama Eugenia, es todo lo que te voy a decir, y te me vas ya mismo.
Su corazón esa tarde palpitaba aceleradamente cuando logró introducirse en el edificio.
Mientras buscaba en su saco como una excusa, algunas pólizas de seguros de la oficina, pensaba cómo plantear su verdad; poder conocer a su adorada muñeca de porcelana; salir a caminar tomándola suavemente por la cintura.
Tocó timbre, y al ver que Eugenia entreabrió la puerta - mintiendo - le mencionó a don Jorge (el portero).
-¿Seguros para viviendas? preguntó inocente la mujer.
No podía creer que estaba ahora sentado en un sofá de ese templo sagrado, sólo faltaba allí “su” diosa.
Eugenia pasó a otra habitación, para buscar unos lentes, y él ya no sabía hacia dónde observar, buscándola, desesperadamente.
- Venga Julián, pase por aquí que tenemos mejor luz, escuchó.
Con renovadas ilusiones, ingresó a una especie de taller de costura, muy prolijo; su vista transitaba por revistas de modas, cortes de tela, abundantes moldes, hasta que llegó al lado de Eugenia preguntándose - ¿ y qué le digo ahora ?
- Ah, será entonces alguien que viene a modelar, meditó como transportado.
La anciana leía en voz alta una de las pólizas, cuando Julián sintió que caía sobre él, una especie de lluvia helada.
Allí, algo cubierta por un biombo, divisó la ventana, y a la derecha de la misma, estaba ella, tan hermosa como cuando la descubrió.
Completamente sin ropas.
Eugenia se percató de la contemplación, hasta del asombro, pero no de su terrible tristeza, y muy orgullosa le comentó:
- ¿Vio qué bien armado está el maniquí ?, es el mejor recuerdo que pudo dejarme mi hermana antes de fallecer, pobrecita.
- Por eso lo cuido tanto; cómo me ayuda cuando pruebo la ropa que me encargan.
Nunca se pudo explicar Eugenia, por qué Julián caminó algunos pasos, y se acercó a esa ventana, sollozando, para abrazar una ilusión.
FERNANDO, EL NAVEGANTE DE MARES, RIOS Y SUEÑOS. . .
Están escuchando “The Show Must go On” por Queen !